“Abajo los muros de las prisiones” es un recurrente eslogan utilizado por el movimiento anticarcelario en su llamado a acabar con las cárceles como herramienta del Estado opresor. Lejos de parecer una idea obsoleta, esta consigna está más actual que nunca, ya que el uso de la prisión se ha extendido y masificado por todo el planeta, sin producirse la reducción de los delitos. Veintitrés años después de comenzado el nuevo siglo, ya hemos batido todos los records de personas encarceladas en el mundo, casi 12 millones. De todas ellas, una tercera parte, son inocentes, es decir, todavía no han sido juzgadas ni declaradas culpables. Este dato alarmante nos lleva a otro no menor, la afectación directa por la pena de prisión de 23 millones de criaturas, estos es, el 1% de toda la infancia mundial tiene a su padre o madre encarcelada.
La pena que nació como una humanización del castigo, con la finalidad de disciplinar los cuerpos para el sistema capitalista y el heteropatriarcado, se ha convertido en la actualidad en una forma de neutralización de la persona encerrada desde la venganza. Las condiciones de vida que impone la prisión, afecta negativamente todos los aspectos de la vida humana y de forma preferente a aquellas personas que están más excluidas por el sistema económico depredador. El colonialismo capitalista genera una violenta desigualdad extrema y la forma de gestionar el empobrecimiento que engendra es “librarse” temporalmente, o no tan temporalmente, de estos “desechos”. De ahí que aparte detrás de unos altos muros, fuera de las ciudades, férreamente custodiados por las policías, a millones de personas empobrecidas, racializadas, con serio sufrimiento emocional, con consumos problemáticos, desahuciadas, abandonadas…
Además, comprobamos que existe una aplicación desigual de esta pena, ya que las prisiones están llenas de personas empobrecidas, con una sobrerrepresentación de ciertos colectivos (extranjeras, racializadas, indígenas, discapacitadas, etc.). La construcción social del delincuente nos impide ver como tales a aquellas personas que se lucran con las explotación del trabajo ajeno, que cotizan en el IBEX-35 y cuyo daño social económico es de grandísimas proporciones. En cambio la discriminación y la selectividad penal funciona perfectamente con aquellas personas no normativas, o que viven en las periferias, con tonalidades de pieles más oscuras, inconformes con su realidad.
La cárcel también es sinónimo de violencia, un violencia implícita y explícita de un sistema basado en el dolor, la pena y la venganza. Incluso la mejor cárcel resulta sustancialmente inaceptable, generadora de indignidad humana. La pena de cárcel es un castigo que no reinserta, dado que la mayor parte del presupuesto empleado se utiliza en medidas de seguridad y las tasas de reincidencia son altas debido a su carácter criminógeno (esto es que reproduce el delito); que empobrece a una mayoría, ya que cuando las personas salen, habrán perdido sus empleos y sus bienes (si los tenían) y en algunos casos hasta sus familias; que enferma, pues las condiciones de encierro provocan dolencias físicas y psíquicas, muchas de ellas irreversibles; que castiga a inocentes, debido a que la condena se extiende a toda la familia y personas allegadas que no ha cometido ningún delito; que estigmatiza, dificultando sobremanera la reincorporación de las personas al lugar de procedencia; que no repara a la víctima pues se basa fundamentalmente en la vendetta y no en la responsabilización ni la reparación del daño; que reproduce la violencia, ya que esta es una parte inescindible de las instituciones totales y no podría funcionar sin la misma. A lo que se podría añadir un largo etcétera.
Hoy en día, en nuestro país, la cárcel se ha desdoblado en otras realidades espejos llamados Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs). Auténticos campos de concentración modernos donde se condena al encierro a personas sin haber cometido delito ninguno. Lugares de no derechos y de máxima expresión del poder punitivo del estado, donde se cercena el derecho humano a circular libremente y elegir la residencia en el territorio de un país. Por eso también es importante exigir el Cierre de los CIEs y el derecho a migrar de forma segura.
Sabemos que todos estos muros no caerán solos, hay que derribarlos y crear alternativas para resolver las causas, los conflictos y reparar los daños. Mientras tanto, habría que reducir el uso de la prisión a su mínima expresión para lograr desaparecerla algún día. ¿Cómo podemos hacerlo? Algunas propuestas pasan por ampliar las concesiones de terceros grados, incrementar las penas alternativas y acabar con la violencia extrema que suponen los primeros grados o el régimen de aislamiento; o legalizar y regularizar la producción, distribución, venta y consumo de drogas; incentivar la justicia transformativa; reparto de la riqueza y reducción de las condiciones de empobrecimiento con la renta básica de las iguales… Todo ello solo será posible con más organización, comunidad y apoyo mutuo. En ello estamos, en construcción.
Por Alicia Alonso Merino
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